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Otros factores refuerzan la misma distorsión. los gurús de la cultura, editores, columnistas de prestigio
etc., comparten intereses y asociaciones con los detentadores del poder económico y político. En realidad
hay un permanente intercambio de la clase dominante a puestos del gobierno, a las empresas y a los
medios de comunicación. El acceso a puestos en la administración es importante para mantener
una posición competitiva; las filtraciones, por ejemplo, son fabricadas y facilitadas por el gobierno con la
cooperación de los medios, que aparentan no conocer el proceso.
En recompensa, el gobierno solicita la cooperación y la sumisión de los medios. Otros centros de poder
tienen dispuestos los medios para castigar a quien se sale de la ortodoxia, que van desde el control del
mercado hasta un sofisticado aparato de calumnia y difamación.
Pero la respuesta no es, por supuesto, completamente uniforme. Para servir a los intereses de los
poderosos la visión que se ofrece del mundo tiene que presentar un retrato verosímil del mundo. Y la
integridad y la honestidad profesional a veces interfiere con esta misión. Los mejores periodistas son los
que conocen perfectamente los factores que limitan el producto de los medios y tratan de aprovechar los
resquicios del sistema. El resultado es que se puede aprender mucho leyendo de manera critica y escéptica
lo que los medios producen.
Los medios de comunicación son sólo una parte de un sistema doctrinal más amplio; las otras partes son
las revistas de opinión, los institutos y las universidades, los académicos, etc. Tememos más a los medios
de comunicación, particularmente a los de cierto prestigio, ya que la mayoría de los que estudian
críticamente la ideología se han centrado sobre todo en ellos. El sistema completo no ha sido estudiado
tan concienzudamente ya que es dificil hacerlo sistemáticamente. Pero hay buenas razones para opinar
que representa los mismos intereses que los medios de comunicación.
El sistema doctrinal que produce lo que llamamos «propaganda» tiene dos principales objetivos bien
diferenciados. Uno es la que a veces se ha dado en llamar la «clase política», aproximadamente el 20% de
la población que tiene un relativo buen nivel de educación, está más o menos vertebrada y juega algún
papel en la toma de decisiones. Su aceptación de la doctrina es crucial ya que están en situación de
diseñar e implementar determinadas políticas.
Luego está el 80% restante, el resto de la población. Según Lippman son «espectadores de la acción», a
los que se refiere como un «rebaño sin voluntad». Se les supone sólo para recibir órdenes y para
mantenerse apartados de la gente importante. Son el objetivo de los verdaderos medios de comunicación
de carácter masivo: los tabloides, la prensa amarilla, etc.
Estos sectores del sistema doctrinal sirven para distraer a las masas y para reforzar los valores sociales
básicos: pasividad, sumisión a la autoridad, las sempiternas virtudes de la ganancia personal y la avaricia,
la falta de interés por los demás, el miedo a los enemigos reales o inventados etc. El objetivo consiste en
mantener al pasivo rebaño sin hacer nada. Para ellos es innecesario preocuparse de lo que sucede en
el mundo. De hecho a nadie le interesa, si ven parte de la realidad podrían intentar cambiarla.
Todo lo anterior no quiere decir que los medios de comunicación no puedan ser influenciados por la
población en general. las instituciones dominantes, políticas económicas o doctrinales, no son inmunes a
las presiones populares. los medios independientes, o lo que es lo mismo alternativos, pueden jugar un
importante papel. A pesar de su falta de recursos, casi por definición, ganan en importancia de la misma
forma que las organizaciones populares: juntando gente de recursos limitados de forma que su efectividad
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se multiplique así como su propio conocimiento de la realidad, a través de estas interacciones.
Precisamente la amenaza que aterroriza a las élites dominantes.
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EL FUTURO
Las cosas han cambiado
Es importante reconocer cuánto han cambiado las cosas en los últimos 30 años como resultado de las
movilizaciones populares que se han organizado de forma heterogéneo y caótica en torno a grandes
objetivos: derechos civiles, pacifismo, feminismo, medio ambiente y otras cuestiones de interés de la
humanidad.
Obsérvese las administraciones Kennedy y Reagan, que eran similares en numerosos aspectos en cuanto a
sus políticas bálsicas y compromisos. Cuando Kennedy desencadenó una vasta campaña internacional
terrorista contra Cuba después de que fracasara su invasión, y cuando comenzó la escalada asesina en
Vietnam del Sur al margen de cualquier norma de derecho internacional, no había prácticamente
ningún tipo de protesta.
No llegó hasta que cientos de miles de soldados de las tropas norteamericanas fueran desplegados y toda
lndochina estuviese bajo desvastadores ataques, con cientos de miles masacrados. Entonces la protesta se
hizo significativa. Por el contrario tan pronto como Reagan apuntó que se iba a intervenir directamente en
América Central, las protestas explotaron de forma espontánea a escala suficiente como para obligar a la
administración a recurrir a otros medios.
Los líderes pueden graznar sobre el fin del «síndrome de Vietnam» pero conocen la realidad. La Revista
Política de Seguridad Nacional de la administración Bush, filtró en el momento del ataque terrestre en la
Guerra del Golfo que «en casos en que Estados Unidos se enfrenta a enemigos más débiles», los únicos a
los que se atreve a enfrentar un verdadero estadista, «nuestro objetivo es no sóio derrotarlos, sino
errotarlos rápida y efectivamente». Cualquier otro resultado podría ser «embarazoso» y cortocircuitar «el
apoyo político», bien entendido que además, éste es muy estrecho.
Por ahora, una intervención clásica ni siquiera se contempla como opción. Los medios se limitan a
operaciones terroristas clandestinas, mantenidas en secreto a la opinión pública, o a «rápidos y decisivos»
golpes a «enemigos mucho más débiles» , después de una vasta campaña destinada a pintarlos como
monstruos de indescriptible poder.
Este mismo proceso de respuesta se puede observar en la actualidad. Por ejemplo 1992. Si la celebración
del Quinto Centenario hubiese sucedido en 1962, hubiera constituido una celebración de la liberación del
continente. En 1992 las celebraciones han obtenido una rápida respuesta, un factor que ha causado la
histeria de los gurús de la cultura que han ejercido un control totalitario sobre todo el proceso. Ahora se
apresuran a señalar los «fanáticos excesos» de los que instan a respetar a otros pueblos y culturas.
También en otras áreas hay mas apertura y conocimiento, más escepticismo y cuestionamiento de la
autoridad. Por supuesto las últimas tendencias son un arma de doble filo. Pueden conducir a un
pensamiento independiente, a la organización popular y a la presión para que cambien las instituciones. 0
pueden proporcionar una masa de gente aterrorizada que redame líderes nuevos y más autoritarios. Esta
posibilidad no es puramente especulativa, es algo para tomar en serio y actuar en consecuencia,
adoptando las medidas oportunas para detener el fenómeno.
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¿Qué hacer?
En cualquier país siempre hay un grupo que ostenta el verdadero poder. No es un gran secreto dónde
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