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rancho donde se había alojado, prefirió pasar la noche al raso, tendido
sobre un caflizo soportando la lluvia que caía a torrentes.
¡Según el geógrafo de la misión, desde San Luis vieron distinta-
mente el cerro de Famatina!
Su entrada en Mendoza fue triunfal, en medio de un pueblo arro-
dillado que pedía la bendición. En un folleto que se publicó en Roma,
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en 1847, al tiempo de la exaltación de Pío IX, y que don Domingo F.
Sarmiento ha traducido y anotado, se describe así: Flotaban al aire
desde las ventanas de las casas pequeñas banderas, arcos y guirnaldas
de flores, y gritos de júbilo festejaban la llegada de los apostólicos
viajeros, esparciendo flores sobre su pasaje. Al fin de la calle, cuatro
jóvenes hermosas y vestidas de blanco con chal rojo al cuello que des-
cendía hasta el pecho y una faja de seda a la cintura, conducían de una
parte a otra de la calle un arco ricamente adornado de flores y cintas,
bajo el cual, en medio de las más vivas aclamaciones, pasaron rápi-
damente corno un triunfo las carrozas de Mastai y las otras, entrando
de este modo en la ciudad.
Según el P. Sallusti, la ciudad de Mendoza fue fundada por un
don Pedro Mendoza, ¡conquistador de esta provincia!
La residencia en Mendoza fue una continuada fiesta, y los poetas
mendocinos escribieron en honor de los viajeros varias composiciones
en latín y castellano, dándoles una muestra de su religiosidad y cultu-
ra.
El 24 de febrero se despidieron de la ciudad de Mendoza, y pocos
días después la caravana apostólica se detenía en las ruinas de la
Guardia Vieja con el objeto de atender a la salud quebrantada del ca-
nónigo Mastai Ferreti, atacado de convulsiones, quien sólo tuvo por
cama durante algunos días, el suelo desnudo, y por abrigo cuatro pa-
redes de piedra sin techo.
En los primeros días de marzo de 1824 los viajeros descendieron
a los amenos valles de Chile, que su historiógrafo denomina el deli-
cioso jardín de América.
VI
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La misión apostólica de que formaba parte el futuro Papa, per-
maneció en Santiago de Chile más de ocho meses, desde el 7 de marzo
hasta el 19 de octubre de 1824.
Un folletinista italiano, que ha puesto en novela la vida de Jesu-
cristo, ha escrito en una biografía de Pío IX la historia de su perma-
nencia en Chile, que ha sido reproducida por la prensa de aquel país,
y en la cual se leen detalles picantes sobre sus costumbres.
Chile ha guardado del canónigo Mastai Ferreti el más simpático
recuerdo, y el Papa en medio de su grandeza lo ha retribuido con el
más cordial cariño.
De los amigos que dejó en aquel país, el más popular era un par-
do llamado por sobrenombre Peluca.
Era éste su agente para distribuir entre las familias del pueblo su
factura de escapularios y reliquias, y en cambio de estos buenos ofi-
cios, puso el óleo sagrado en la frente de uno de los hijos de Peluca,
llamándole desde entonces compadre. Años después, siendo Peluca
portero de la Cámara de Diputados de Chile, el glorioso Papa, cuyo
nombre llenaba el mundo, no desderió escribir, de su puño y letra, al
antiguo amigo del pueblo, dándole siempre el mismo título y envián-
dole su bendición apostólica desde el Vaticano.
Dejando atrás estos recuerdos, la expedición apostólica se embar-
có en el puerto de Valparaíso y dobló el Cabo de Hornos, gozando del
maravilloso espectáculo de días de 22 horas de sol y dos horas de cre-
púsculos de la región circumpolar.
VII
El 2 de diciembre de 1824 avistaron el cabo de San Antonio, y
como si fuese su destino ser siempre recibidos por las tempestades del
Río de la Plata, los vientos argentinos desencadenaron sus furias, al
extremo de hacer peligrar la nave que los conducía. El mismo Nuncio,
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acompañado del canónigo Mastai Ferreti, hubo de acudir a la manio-
bra, ayudando a los marineros a cargar las velas.
El 3 de diciembre amaneció sereno, y al día siguiente entró al
puerto de Montevideo la nave que conducía a su bordo al canónigo
Mastai y futuro Pío IX.
En Montevideo pasó el futuro Papa como dos meses y medio, go-
zando de la sociedad del célebre sacerdote y sabio oriental, el doctor
Dámaso Larrainga, mereciendo muchas atenciones del Barón de la
Laguna, que en aquella época gobernaba la Banda Oriental en nombre
del Brasil.
Aquí tuvo lugar una aventura, que fue la última del viaje del ca-
nónigo Mastai Ferreti en el Río de la Plata.
Con ocasión de la fiesta de San Juan Apóstol, fueron los viajeros
invitados a un paseo de campo en una de las pintorescas quintas del
Miguelete. El vicario apostólico fue sentado a la cabecera de la mesa
del banquete, y el canónigo Mastai fue colocado entre una, prima [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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