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Demasiado perfecto... los cetagandanos habían estado observando todo el
proceso, seguramente no perderían la oportunidad de hacerles la vida más
difícil. Si el montón no aparecía temprano, tenía que aparecer tarde. O...
Miles saltó sobre sus pies, aullando.
-¡Esperad! ¡Esperad! ¡Esperad mi orden!
Sus grupos de asalto temblaron y dudaron, tentados por la meta anticipada.
Pero Oliver había elegido bien a sus comandantes. Y ellos se quedaron,
hicieron quedar a sus grupos y miraron a Oliver. Hacía tiempo habían sido
soldados. Oliver miró a Tris, flanqueada por su lugarteniente, Beatrice, y Tris
miró a Miles, enojada.
-¿Y ahora qué pasa? Vamos a perder la ventaja... -empezó a decir mientras
empezaba la estampida general hacia el bulto de comida.
-Si me equivoco -aseguró Miles-, me suicido... ¡Esperad, mierda! ¡A mi
orden! No veo... Suegar, levántame... -Se subió sobre los frágiles hombros de
su amigo y miró la hinchazón de la cúpula. La pared de fuerza sólo había
empezado a desaparecer cuando sus oídos atentos captaron los primeros
gritos de desilusión. La cabeza le daba vueltas. Cuántos círculos dentro de
otros círculos: si los cetagandanos sabían, y él sabía que ellos sabían y ellos
sabían que él sabía que ellos sabían, y... cortó su verborrea interna cuando
empezó a aparecer una segunda hinchazón en la pared, al otro lado del círculo,
claro...
El brazo de Miles se tendió en el aire, señalándolo como un hombre que
sacude los dados antes de tirarlos.
-¡Ahí! ¡Ahí! ¡Ahora, al ataque!
Entonces Tris comprendió, silbó y lo miró con respeto antes de darse la
vuelta y correr a azuzar al cuerpo principal de las tropas detrás de los grupos
de asalto. Miles se deslizó al suelo y empezó a correr detrás, cojeando.
Miró por encima de su hombro mientras la masa gris de humanidad se
aplastaba contra el lado opuesto de la cúpula y cambiaba de dirección a mitad
de la marcha. De pronto, se sintió como un hombre que trata de ganar a una
gran ola. Se permitió un pequeño quejido anticipatorio y corrió con más rapidez.
Una posibilidad más de equivocarse mortalmente... no. Sus grupos de asalto
habían llegado al montón y la comida estaba allí. E intentaban coger todas las
barras. Las tropas de apoyo los rodearon con una pared de cuerpos justo en el
momento en que todos los demás empezaban a llegar desde el perímetro de la
cúpula. Los cetagandanos se habían engañado a sí mismos. Esta vez les
habían ayudado.
Cuando lo alcanzó la marea, Miles pasó de disfrutar de la visión panorámica
de comandante a tener el punto de vista de un gusano. Alguien lo empujó
desde atrás, Miles dio con la cara en el polvo. Pensó que reconocía la espalda
del robusto Pitt que saltaba sobre él, pero no estaba seguro: era posible que
Pitt lo hubiera pisado en lugar de saltar por encima de él. Suegar lo asió por el
brazo izquierdo para levantarlo y Miles se mordió los labios para no gritar de
dolor. Ya había demasiados gritos.
Reconoció al muchacho que corría, que se preparaba junto a otro grandote.
Miles pasó a su lado y le soltó:
-Se supone que tienes que gritar ¡Alíneaos!, no Jodeos...
Las señales siempre se degradan en el combate -murmuró para sí-, siempre.
Beatrice se materializó a su lado. Miles se aferró a ella al instante. Beatrice
tenía su espacio personal, su perímetro privado, que se mantenía todo el
tiempo a su alrededor. Miles la miraba fabricarlo con un codazo casual a la
mandíbula de alguno y un ruido a roto que le retorcía el estómago. Si él
intentara una cosa así, pensó con envidia, no sólo se rompería su propio codo
sino que, probablemente, si su oponente fuera una mujer no sentiría el golpe ni
siquiera en los pezones. Hablando de pezones, ahí estaba de pronto cara a&
bueno no exactamente cara a cara, frente a la pelirroja. Resistió el impulso de
acurrucarse en la tela suave y gris que cubría ese refugio con un suspiro de
alegría. La idea era que si lo hacía, probablemente, terminaría con los dos
brazos rotos. Alzó la vista hasta la cara rodeada de cabellos rojos.
-Vamos -dijo ella y lo arrastró a través de la multitud. ¿Estaba cayendo el
nivel de ruido? La pared humana de sus propias tropas se abrió apenas lo
suficiente para dejarlos pasar.
Estaban cerca del punto de salida de la línea de las tropas.
Funcionaba, por Dios, funcionaba. Los catorce grupos de asalto, reunidos
todavía un poco demasiado cerca a lo largo de la pared de la cúpula -pero eso
podía mejorarse para la próxima vez-, admitían a los hambrientos de uno en
uno. Los organizadores mantenían las líneas en constante movimiento y
llevaban a los que ya habían recibido lo suyo a lo largo del perímetro detrás de
la pared humana que hacía de escudo en una riada permanente para que
volvieran al campo abierto. Oliver había puesto a sus hombres de aspecto más
fiero en parejas, patrullando la salida para que se aseguraran de que nadie
robaba a otro su ración.
Hacía mucho tiempo que ninguno de esos hombres tenía la oportunidad de
portarse como un héroe. No pocos de los nuevos policías se sentían
entusiasmados con su trabajo -tal vez había incluso cuentas personales
pendientes-. Miles reconoció a uno e los robustos detrás de un par de
patrulleros. En apariencia, lo estaban golpeando un poco. Miles, que recordaba
a qué había venido, trató de no sentir que el ruido del puño sobre la carne era
música para sus oídos.
Miles, Beatrice y Suegar esquivaron el flujo de prisioneros con una barra en
la mano para pasar hacia la zona de distribución. Con un suspiro casi
arrepentido, Miles buscó a Oliver y lo envió a restaurar el orden entre sus
policías.
Tris tenía las montañas de distribución y las líneas inmediatas bajo un
control muy férreo. Miles se felicitó por haber dejado que las mujeres fueran las
que llevaran a cabo el trabajo de la distribución. Definitivamente, había tocado
una cuerda profunda con ese detalle. No pocos de los prisioneros murmuraron
incluso un gracias entre dientes cuando les metieron la barra de rata entre las
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